Iba construyendo anclajes para que la irrealidad se mostrase
así, tal cual, en pelotas, ¡vamos!, pero dónde, dónde se escondía para jugar al
escondite, desde donde alargaba sus uñas carmín para hacerme cosquillas en cada
hueco de cada oreja, mi arcilla humedecida tan sólo para ella.
Daba igual, yo construía y manejaba las hojas de los árboles
que caían en su fecha de caducidad. Los quiosqueros abrían sus fardos con el
peso de una roca, las manchas inundaban las calles, un silbato policial, las
manos, las cebras, la losa de una niña caminando enmudecida con los ojos del
revés, y nadie me veía sentado en cada banco porque soy invisible cuando me
pongo, así, con las hojas y aquel carboncillo con el que construía el andamio
para que apareciese como una cabaretera por encima del escenario, mostrando
apenas, llena de pájaros rodeados sus pezones y un loro que comía por encima
galletitas y pistachos. Era para pararse en cada espacio, palpar las grietas en
la acera buscando el hueco donde desaparecía cada sombra en el párpado de un
ojo, de una rama, de un pequeño brote que salía del hormigón de la pared, un
brote tan verde que brillaba (seguro) entre las velas de cada procesión que
algunos mandaban en nombre de esposas y putas, para qué, yo no veía nada (veía
sus brazos o a veces sus sobacos llenos de una cortina de musgo que parecía
invitar), pero era importante seguir construyendo, zas zas, como rayas que no
servían para nada salvo para seguir en el mundo invisible, y a veces compañeros
aparecían silbando una canción y alzaban los ojos sosteniendo qué hay, cómo
llevas eso de lo interminable.
Pero es importante:
1. la palabra no se entiende.
2. el sentido es sólo un círculo que se vuelve sobre sí
mismo, siempre sonando.
3. el plano no es el mismo.
4. dónde aquí o allá.
5. cuando las manos tocan, cuando la arcilla descubra el
sentido, se volverá a ir, y nunca sabremos qué pasaba antes ni qué es lo que
puede ocurrir cuando las cosas cambian.
6.
Eso fue una tarde con los brazos pesados y la espera de una
pera o un tomate que se derramase sobre mis dedos para sentir cada pepita, cada
reconstrucción de un mundo que podía germinar desde aquello tan diminuto,
sintiendo, un palmo de rama que creciese desde la uña, Pulgarcito siéntate, un
tallo gigante extendiéndose en el espacio. Pero la tarde caía como una piedra
en la cantera y yo también me dejé caer sobre un trozo de metal ahumado.
7.
Los papeles se manchan con la idea, siguiendo, intuyendo,
qué podía construir que no estuviese ya en una imagen. Quién se podía colar en
la idea de cualquier ser. Veía gorriones y albatros volando en círculos sobre
la plaza del mercado. Una pierna que se estiraba, el boceto de una sombra de
ojos en el párpado ajeno. Era ella la que podía estar, pero era ella la que
nunca estaba.
8.
La tarde se derramaba con una salsa champiñón sobre las
cuestas y todos los tristes se acercaban al puente grande para lanzar caramelos
y había guías turísticos esperando al arancel, vendedores de cucuruchos mojados
que estrujaban boletos de lotería antiguos en la esquina de un parque, todo lo
que se podía mirar desde la calle, aplanado, qué podía esperar salvo una
destrucción, yo (invisible), una caída en el olvido, sin dejar la siempre y
constante esperanza de que ella pudiese aparecer.
9.
Me sumergí en una grieta donde las llaves no existían. Entre
las líneas del pavimento dejé la mano de un anciano que quería ver. Me sumergí
y sumergiendo llegué al tronco, con los ojos cerrados y las piernas abiertas,
me senté sobre su regazo y vi, desde muy lejos, a la gente que caminaba y la
gente que sonreía y la gente que se abrazaba entre los bancos y las cervezas
que parecían sostenerlo todo de una manera muy especial. Todos estaban
alrededor del sonido y daba igual si nadie escuchaba, si nadie prestaba
atención. El sonido estaba allí, enterrado en la tierra, viviente. Ella había
dejado su semilla y las almas podían cantar cada noche y volver a escapar,
podían salir de caza y jugar entre ellas volando y silbando la armonía del
círculo cazando las moscas invisibles que eran (antes) alimento del ser con
hoyuelos gigantes que eran las formas de sus alas y las risas que parecían
cometas cayendo desde la galaxia más lejana. Cada vez eran más y llegaban con
más fuerza y era imposible no escuchar sus chillidos de réplica, atención, porque
el mundo era imposible, lamiendo todas ellas las orejas llenas de arcilla para
alimentar sus pesos y volverse a ir. Sí, se iban, mirando desde la grieta,
incluso, y así tenía que ser, quizá, en otro momento, para volver.
10.
Ella siempre escapa antes de que nada pueda comprender sus
senos.
11.
Sólo existen esas constructas que hacen que vuelva, a veces,
como un conjuro que evapora malas ratas, como una imagen que crea lo que
presenta, el silbido de buenas noches en el puente de los tristes, la
reconstrucción, acaso parcial, para que uno, alguno, tal vez (un poco
despistado como yo) vuelva a subirse al andamio y pueda caer por entre la
grieta.