jueves, 25 de septiembre de 2014

Iba construyendo anclajes para que la irrealidad se mostrase así, tal cual, en pelotas, ¡vamos!, pero dónde, dónde se escondía para jugar al escondite, desde donde alargaba sus uñas carmín para hacerme cosquillas en cada hueco de cada oreja, mi arcilla humedecida tan sólo para ella.
Daba igual, yo construía y manejaba las hojas de los árboles que caían en su fecha de caducidad. Los quiosqueros abrían sus fardos con el peso de una roca, las manchas inundaban las calles, un silbato policial, las manos, las cebras, la losa de una niña caminando enmudecida con los ojos del revés, y nadie me veía sentado en cada banco porque soy invisible cuando me pongo, así, con las hojas y aquel carboncillo con el que construía el andamio para que apareciese como una cabaretera por encima del escenario, mostrando apenas, llena de pájaros rodeados sus pezones y un loro que comía por encima galletitas y pistachos. Era para pararse en cada espacio, palpar las grietas en la acera buscando el hueco donde desaparecía cada sombra en el párpado de un ojo, de una rama, de un pequeño brote que salía del hormigón de la pared, un brote tan verde que brillaba (seguro) entre las velas de cada procesión que algunos mandaban en nombre de esposas y putas, para qué, yo no veía nada (veía sus brazos o a veces sus sobacos llenos de una cortina de musgo que parecía invitar), pero era importante seguir construyendo, zas zas, como rayas que no servían para nada salvo para seguir en el mundo invisible, y a veces compañeros aparecían silbando una canción y alzaban los ojos sosteniendo qué hay, cómo llevas eso de lo interminable.
Pero es importante:
1. la palabra no se entiende.
2. el sentido es sólo un círculo que se vuelve sobre sí mismo, siempre sonando.
3. el plano no es el mismo.
4. dónde aquí o allá.
5. cuando las manos tocan, cuando la arcilla descubra el sentido, se volverá a ir, y nunca sabremos qué pasaba antes ni qué es lo que puede ocurrir cuando las cosas cambian.
6.
Eso fue una tarde con los brazos pesados y la espera de una pera o un tomate que se derramase sobre mis dedos para sentir cada pepita, cada reconstrucción de un mundo que podía germinar desde aquello tan diminuto, sintiendo, un palmo de rama que creciese desde la uña, Pulgarcito siéntate, un tallo gigante extendiéndose en el espacio. Pero la tarde caía como una piedra en la cantera y yo también me dejé caer sobre un trozo de metal ahumado.
7.
Los papeles se manchan con la idea, siguiendo, intuyendo, qué podía construir que no estuviese ya en una imagen. Quién se podía colar en la idea de cualquier ser. Veía gorriones y albatros volando en círculos sobre la plaza del mercado. Una pierna que se estiraba, el boceto de una sombra de ojos en el párpado ajeno. Era ella la que podía estar, pero era ella la que nunca estaba.
8.
La tarde se derramaba con una salsa champiñón sobre las cuestas y todos los tristes se acercaban al puente grande para lanzar caramelos y había guías turísticos esperando al arancel, vendedores de cucuruchos mojados que estrujaban boletos de lotería antiguos en la esquina de un parque, todo lo que se podía mirar desde la calle, aplanado, qué podía esperar salvo una destrucción, yo (invisible), una caída en el olvido, sin dejar la siempre y constante esperanza de que ella pudiese aparecer.
9.

Me sumergí en una grieta donde las llaves no existían. Entre las líneas del pavimento dejé la mano de un anciano que quería ver. Me sumergí y sumergiendo llegué al tronco, con los ojos cerrados y las piernas abiertas, me senté sobre su regazo y vi, desde muy lejos, a la gente que caminaba y la gente que sonreía y la gente que se abrazaba entre los bancos y las cervezas que parecían sostenerlo todo de una manera muy especial. Todos estaban alrededor del sonido y daba igual si nadie escuchaba, si nadie prestaba atención. El sonido estaba allí, enterrado en la tierra, viviente. Ella había dejado su semilla y las almas podían cantar cada noche y volver a escapar, podían salir de caza y jugar entre ellas volando y silbando la armonía del círculo cazando las moscas invisibles que eran (antes) alimento del ser con hoyuelos gigantes que eran las formas de sus alas y las risas que parecían cometas cayendo desde la galaxia más lejana. Cada vez eran más y llegaban con más fuerza y era imposible no escuchar sus chillidos de réplica, atención, porque el mundo era imposible, lamiendo todas ellas las orejas llenas de arcilla para alimentar sus pesos y volverse a ir. Sí, se iban, mirando desde la grieta, incluso, y así tenía que ser, quizá, en otro momento, para volver.
10.
Ella siempre escapa antes de que nada pueda comprender sus senos.
11.
Sólo existen esas constructas que hacen que vuelva, a veces, como un conjuro que evapora malas ratas, como una imagen que crea lo que presenta, el silbido de buenas noches en el puente de los tristes, la reconstrucción, acaso parcial, para que uno, alguno, tal vez (un poco despistado como yo) vuelva a subirse al andamio y pueda caer por entre la grieta.