sábado, 29 de agosto de 2015

Atravieso un parque, atravieso un bosque. La súbita dualidad. Por primera vez en varios días no hay luz, y el bosque es oscuridad, y la oscuridad es clara y fresca entre las ramas. Siento la luna en el fondo de mi piel, salpicando. Siento el aliento de una cordero en la maleza, su lenta respiración, su suave masticado.
Atravieso el bosque, pero es el sonido de un río el que viene de lejos, al final. Las piedras y guijarros que llevan mis dedos, que llevarán las aguas, en un cauce, en un destino. Pero de las dos orillas, cuál de las dos cruzar. Cruzar al otro lado. Las suaves lianas, las suaves melenas que intuyo; el duro abeto que me apoya ahora, cuando enciendo un cigarrillo y observo el cauce que llega. El agua no es turbulenta, el agua nunca puede ser más que lo que es: un metal precioso, al fondo, el ungüento de cada sueño, en la frente, una señal en medio del desierto. El agua no es turbulenta, pero, cuál de las dos orillas ostenta la pasión. El duro abeto que me apoya, no habla, y el cordero ha seguido los pasos, murmurando, su respiración, por detrás de mí. Espera para observar, observar en la espera. Cruzar es el problema, siempre lo ha sido. Antes de atravesar parques que eran bosques, recuerdo, nunca quería cruzar los ríos, ni siquiera los charcos, ni siquiera las pantallas de televisión. Permanecía contemplando, como ahora, las manos que desde la otra orilla saludaban, bañadores y alpargatas que saltan y se escinden, mosquitos que saludan a la luz. Pero ahora, por primera vez en varios días, no hay luz, y por eso respiro desde el beso, y por eso aspiro en la mano, y exhalo la pluma que un papagayo dejó caer sobre mi almohada. Esa es la realidad, es lo único que puedo repetirme, recordando las manos que saludaban desde la otra orilla cuando no me decidía a cruzar, esa es la realidad. La pluma. La mano llena de culebras que se entrelazan hasta el centro de su propio corazón. El beso que se abre y se extiende como un túnel hacia las ocultas profundidades. (mientras, en silencio, el cordero se ha apoyado al otro lado del duro abeto y ahora duerme, convencido, sabiendo que no será hoy el día que me vea cruzar)
Atravieso un parque, atravieso un bosque. La súbita dualidad. Por primera vez en varios días abro los ojos, y no hay luz, y la oscuridad es una siesta, y siento el agua que corre por mis pies. El cordero me observa desde el otro lado, desde cuál. Él es el testigo, entre la maleza, sus ojos, la convicción. Mis piernas son las piernas de un gigante, mi espalda es un abeto que crece entre medias del río, todo el bosque, todo el sonido, se cierra y se abre. Respiro, y la hierba vive. Respiro, y la luz vuelve a caer. Abro los ojos, me observo a mí mismo: cada pie en una orilla, cada mano que sujeta, entre medias, meando sobre el río, este es mi caudal. Una meada infinita.

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