jueves, 5 de marzo de 2015


De verdad parecía que le salían alitas por la espalda.
Alitas diminutas, como si una mosca o una libélula que cuando la ves y la piensas dices, si ni siquiera mueve el aire para volar, porque claro, no necesitan nada para volar si ya de por sí vuelan, pero aquel hombre no tenía alitas de por sí: le salían. Y al principio era raro comprender (pensar) que le salían alitas de la espalda porque estaba sentado con los pies dentro del agua mirando el lago sin nada más que hacer que mirar el lago. Creo que no era que esperase nada, nada en particular, ni que estuviese matando el tiempo como suele decir mi madre cuando pone una peli y dice, vamos a matar el tiempo un rato. En realidad, creo que había algo en el lago que podía reconocer y como él no se daba cuenta de que le salían alitas en la espalda, todo era sencillo.
Podría ser que estuviese muerto aunque tampoco habría cambiado mucho su mirada sobre el lago y es que siempre me digo por las noches que estar muerto es como estar en un sueño larguísimo con esas imágenes que vienen y van y sólo puedes abrir la boca un poco y dejar que caiga la babilla así como en hilillo mientras esas imágenes te pasean por la hierba. Por eso no habría cambiado mucho, porque él miraba el lago y nada más, y también miraba el lago y todo más, vamos que creo que había una relación directa entre que el señor del sombrero mirase el lago de esa forma y que le saliesen esas alitas en la espalda que sólo yo veía (no porque sea especial, sino porque no había nadie más allí y yo acababa de comprarme un refresco en una máquina vieja y me lo tomaba despacio observando la espalda del hombre con sombrero que tenía los pies en el agua del lago).
Al final no pude evitar y me olvidé del refresco y supongo que quedó en una de esas mesas de madera que son como de picnic y que cuando no hay nadie parecen señales tráfico o señales de que hubo allí una guerra o una catástrofe o algo así, y por eso creo que me olvidé el refresco, porque me levanté despacio, muy muy despacio, como si tuviese miedo de que las alitas desapareciesen de la espalda del hombre si hacía algún ruido o algún movimiento brusco y me acerqué, lentamente. Las olí, u olí su espalda o la espalda-alitas que yo creo que venían a ser lo mismo y al olerlas era como si las tocase y las viese y todo a la vez y me di cuenta de que el hombre movía los pies dentro del agua con un ritmo muy constante como si allí debajo hubiese una bicicleta y él estuviese pedaleando para llegar a lo más profundo del lago, lo que era un poco extraño porque si pensaba en alas de libélula pensaba verle volar y si pensaba en los pies pedaleando pensaba en verle hundirse (también puede que sea lo mismo pero en diferentes planos). El problema es que me entraron ganas de olerle los pies para ver si olían como las alas y podía tocarlos y verlos sin tocarlos en realidad y, bueno, me incliné demasiado y el hombre pegó un respingo: el sombrero le cayó al agua y se le puso cara de enfado comprensible pero también una cara como si le hubiese pillado su madre a media faena de automanoseo, lo que me sorprendió un poco y enseguida me noté muy rojo como cuando me dicen qué dedos más monos y pensé en salir de allí o por lo menos disculparme pero en vez de eso le dije:
-Espero que haya encontrado al pez pájaro antes de.
Y él me interrumpió con los ojos como enredaderas que me iban cubriendo todo el rostro:
-Siempre. Un placer.
Y se tiró al agua creo que a buscar su sombrero, pero el sombrero seguía allí a pocos metros flotando y al hombre no se le veía por ningún lado. Por un segundo tuve un poco de miedo de que se fuese a ahogar pero luego comprendí (yo creo que sin pensar) que si tenía alas en su espalda también tendría branquias en los dedos y no los había visto por eso de fijarme todo el rato en su espalda y luego en sus ojos que eran verdes y enredaderas. Me sacudí, pero era raro, como si la piel fuese también musgo y no pudiese sacudirme del todo, así que seguí caminando bordeando el lago para ver si veía al hombre en algún momento.

No le vi, y tampoco sentí pena por él ni porque ya no estuviese allí, lo que sentí fueron unas ganas enormes de quedarme millones de horas de día y de noche mirando la superficie del lago, que se había vuelto plato, a ver si veía algún pez pájaro de repente, pero pensé en mi madre y pensé que le daría mucha pena no volver a pedirme que bajase la basura o que viésemos una peli tranquilamente después de una cena rica, así que seguí caminando y al final di la vuelta entera al lago y volví a casa.



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