viernes, 6 de marzo de 2015

Volver a un lugar donde todo está cargado.
Cada pared que pesa de azul, pequeña.
Cada estantería que contiene una mota en apariencia diminuta, minúscula,
arrojada a este suelo de moquetas duras y apaleadas donde solía tumbarme para soñar.
Te pido que me creas, porque sólo puedo contarlo para ti.
Observo cada mota, me tumbo, me esparzo, me deshago sobre esta moqueta para mirar de cerca lo que me dijiste: soy yo.
No, no puedes estar aquí pues no deseo nada más que el misterio.
Y esto no es, el lugar donde nacen los caballos ebrios y los monjes que esperan la palabra.
Esta no fue tu cuna ni tu caldero.
Cómo podría serlo, si las motas no se pueden mover, si te lo dije y no me creíste: las motas son diminutos yunques de hormigón que atraviesan el tiempo y se clavan entre nosotros.
Entre tus ojos,
siempre amarillos,
que me esperan junto a la brisa del mar, en aquel desfiladero.
Tu oleaje.
Tu tersa manta que me atraviesa en dos.
Tus piernas diminutas que parecen derretirse entre mis dedos de chocolate.
Me dijiste: búscame.
Y estoy aquí, tumbado sobre la moqueta para saber si soñé con este momento, si te soñé volviéndome a soñar.
Y espero,
espero,
pero sólo hay ruidos de alcantarillas, martillazos al atardecer,
y no apareces ni te muestras entre las sombras de una habitación que manchó de carmín mis venas.

No hay nada que agarrar, no hay asideros ni volcanes que escupan la sandalia en recompensa.
No: este no es lugar para volver, mi pequeña.
Este no es tu lugar sino un torbellino que algún loco pensó construir a su alrededor.
Estas son paredes de gloria antigua que me observan dejándome atrás.
Estas estanterías que recubren los ladrillos que alguien, una vez, osó pintar del color del mar.
Una lagartija que aparece y vuelve a desaparecer entre una mota.
Una mosca que algún día intenté seducir con palabras pluscuamperfectas y que yace aplastada, a mi lado.
Un animal que se pasea desnudo por los solares de mi habitación y se encarama a mi espalda aún tumbada.
Sí, pequeña, aún sigo aquí.
Porque esta es la trampa del destino.
Volver para arrastrarse.
Volver y que el peso te tumbe sobre una moqueta dura y apaleada de otros días ya pasados.
Que sólo me quede la imagen de tus ojos que me esperan junto a la brisa del mar.
Tu oleaje, entre las rocas.
Tus cortos mechones que me clavan en dos.
Tus brazos diminutos que parecen derretirse cuando los imagino levantándome, ahora, alzándome como un yoyó por encima del suelo y la moqueta.
Por eso te pido que me creas: sigo aquí,
y es imposible.

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